Genio universal; ícono del Renacimiento; primero en todo; pintor perfeccionista; arquitecto que proyectó una ciudad perfecta; escultor monumental, ingeniero diseñador de puentes plegadizos; inventor de fantásticas máquinas; científico que hizo aportaciones a la anatomía, la geología, las matemáticas, la física y la filosofía, y hasta creador de la alta cocina. Éstas son algunas de las imágenes que nos han llegado de Leonardo da Vinci (1452-1519), aunque en realidad no estamos seguros de que tuviera tantísimas habilidades, porque fue un hombre difícil de visualizar en todas sus facetas y la reconstrucción de su vida se ha hecho únicamente a través de su obra y sus cuadernos de notas, de unas 13 mil páginas, donde se descubrió al Leonardo interesado en la ciencia y en la ingeniería.
Con la muerte de Leonardo, los cuadernos pasaron a manos del pintor aristócrata Francesco Melzi, quien se propuso ordenar y publicar las notas tal como lo hubiera querido su maestro. Sólo logró publicar el tratado de pintura y a su muerte heredó las notas a su hijo Orazio, quien no valoraba este legado y las regaló a distintas familias nobles así como a pontífices. En esta travesía se perdieron más de la mitad de las notas y quedaron muchas otras sueltas que resultan casi imposibles de reconstruir.
Creador de máquinas
Con una mirada innovadora, Leonardo se consagró a la idea de experimentar en distintas ramas de la ciencia y constantemente se trazó nuevos retos para satisfacer su carácter curioso y analítico. Dejaba de lado sus habilidades como pintor y aplicaba sus dotes científicas y técnicas para buscar, con insistencia, las formas de resolver problemas cotidianos.
Leonardo inició su formación como artista en la bottega de Verrocchio, uno de los dos talleres artísticos con más prestigio en Florencia, adonde su padre lo llevó a los 13 años de edad. Rápidamente superó su posición de aprendiz y fue incluso más reconocido que su maestro por su sorprendente habilidad en la técnica y en la expresión de sus personajes.
Aunque no hay evidencia escrita de que durante su estancia en la bottega Leonardo hubiera diseñado máquinas, sí existe un manuscrito, fechado en 1478, donde hay trazos de algunos mecanismos sencillos, lo que habla de su incipiente interés en la ingeniería.
En ese tiempo la mayoría de los artistas no podía sobrevivir sin el apoyo económico de un mecenas y la familia con la más alta posición en Florencia era la de los Médicis. Aunque Leonardo no era muy bien visto por el jefe de esta familia, Lorenzo (quien nunca le hizo ningún encargo ya que prefería a Miguel Ángel, quien vivía con ellos desde muy niño), consiguió encargos muy importantes en los que ejercía su estilo propio, lo que le permitió separarse de Verrocchio en 1477 y sostenerse económicamente.
No obstante que en Florencia Leonardo se codeaba con grandes pensadores y artistas, vivía una crisis emocional que lo mantenía insatisfecho con todo lo que hacía. Esa crisis se agudizó después de que se le acusara de sodomía contra un tal Jacopo Saltarelli, posiblemente por motivos políticos. Junto con Leonardo otros fueron acusados, entre ellos un pariente de los Médicis; al parecer lo que se buscaba era desacreditar a esta poderosa familia. Aunque el fallo declaró inocente a Da Vinci, su vida social se vio ensombrecida.
Desilusionado, a los 30 años Leonardo decidió partir a Milán para renovar su arte y plantearse nuevos retos. Hacia 1482 fue acogido por el duque Ludovico Sforza, no se sabe si gracias a la recomendación de Lorenzo de Médicis —quien curiosamente lo recomendaba como músico y no como pintor, quizá para mantenerlo lejos— o a una carta que Leonardo envió a Ludovico donde enumeraba, entre otras cosas, su capacidad para construir fuertes, puentes, bombardas, túneles, carros resistentes a la artillería, morteros, catapultas y navíos de defensa. Dice en este texto: “En resumen, sea cual sea la situación puedo inventar una variedad de máquinas ofensivas y defensivas… puedo realizar esculturas en mármol, bronce y arcillas; y, en pintura, puedo hacer cualquier trabajo como cualquiera, sea quien sea”. En la corte de Milán, Leonardo aprovechó al máximo el mecenazgo y se dedicó a cultivar su conocimiento. Pasaba días enteros en la Universidad de Pavía, donde leía libros que hablaban de construcción de fortalezas, máquinas de guerra y artes militares. Luca Paccioli, reconocido matemático, también atrajo el interés de Leonardo y correspondió a su amistad. A juzgar por las notas que nos legó, Da Vinci no era muy bueno con los cálculos matemáticos pero sabía que eran fundamentales y lo expresó así: “Quien niegue la certeza suprema de las matemáticas, fomenta la confusión y nunca podrá desautorizar las contradicciones de las falsas ciencias que conducen a una eterna charlatanería…”
Durante toda la vida Leonardo y Luca fueron amigos y escribieron juntos laDivine proportione (1498), obra que ha significado la base de la armonía y de la proporción en diferentes expresiones artísticas occidentales (véase “La divina proporción”, ¿Cómo ves?, No. 65).
Cuando Leonardo leyó textos clásicos, principalmente de Aristóteles y Arquímedes, desarrolló un profundo interés por la mecánica. Retomó dos procedimientos básicos: la experiencia y el cálculo, que lo ayudarían a profundizar en sus propias teorías y pensar en cómo mejorarlas.
Una de sus primeras notas sobre mecánica —basadas en los textos de Arquímedes— fue sobre las causas del movimiento, y en sus bocetos comenzó a experimentar con la combinación de dispositivos mecánicos. Esto se aprecia en sus primeros diseños de máquinas, que no sólo optimizaban el movimiento y reducían la fuerza de los trabajadores, sino que resultaron una verdadera innovación a la ingeniería de aquella época.
A volar se ha dicho
Una de las pocas cosas personales que se encuentran en los cuadernos de notas de Leonardo es una historia en la que cuenta cómo siendo niño estaba recostado y un ave bajó y tocó sus labios con la cola. Quizá fue a partir de ese momento que soñó con poder volar. Y en su empeño por lograrlo, investigaba cuáles serían las alas perfectas para una máquina voladora: las alas con plumas o las de membranas, como las de los murciélagos. También experimentaba con aves disecadas y hacía anotaciones precisas de su anatomía. Es fácil imaginarlo observando durante horas el vuelo de las aves y dibujando un pajarillo con el más puro sentido didáctico.
Leonardo dedicó muchos años de su vida a escribir sus investigaciones en el Códice sobre el vuelo de las aves, que forma parte de sus notas; es un manuscrito de 18 hojas por ambas caras, detalladamente ilustrado con dibujos técnicos y explicaciones sobre el vuelo de las aves. Da Vinci realizó este Códice en dos periodos: el primero entre 1482 y 1499, y el segundo a partir de 1503 y hasta su muerte. En esta obra describe lo que para él significaba la “verdadera ciencia” o “ciencia sensible” basada en la experimentación y en la observación: “Para explicar como verdadera ciencia el movimiento de los pájaros en el aire es necesario conocer antes la ciencia de los vientos, la cual demostraremos mediante el movimiento del agua. Y esta ciencia sensible nos servirá para alcanzar el conocimiento del comportamiento de las aves en el aire”.
Leonardo pensaba que para hacer volar a un hombre tenía que construir un artefacto que imitara el vuelo de un ave e inyectara la fuerza que faltaba para que el aparato mantuviera el equilibrio. Planteó que el vuelo del ave era como una ecuación matemática y que los humanos, con nuestra inteligencia, podríamos resolver el problema de volar de la misma manera. Pero una vez que observó detalladamente las alas de las aves llegó a la conclusión de que no servirían para una máquina voladora: no serían seguras porque entre sus plumas se filtraría el aire y se desestabilizaría el aparato. Las alas del murciélago, en cambio, le parecieron las más adecuadas. Anotó que debía dividir la fuerza de las alas en cuatro puntos para que el cuerpo volador las usara a su antojo según la maniobra; a veces ésta podría estar dividida equitativamente entre las cuatro extremidades para un movimiento regular, en otras sería más conveniente que las alas se usaran en forma desigual pero continua para producir un vuelo circular. Para facilitar el libre movimiento de esta máquina debía diseñar un pequeño timón que pudiera mover y dirigir un objeto mucho más grande sin contratiempos.
Una de las pocas cosas personales que se encuentran en los cuadernos de notas de Leonardo es una historia en la que cuenta cómo siendo niño estaba recostado y un ave bajó y tocó sus labios con la cola. Quizá fue a partir de ese momento que soñó con poder volar. Y en su empeño por lograrlo, investigaba cuáles serían las alas perfectas para una máquina voladora: las alas con plumas o las de membranas, como las de los murciélagos. También experimentaba con aves disecadas y hacía anotaciones precisas de su anatomía. Es fácil imaginarlo observando durante horas el vuelo de las aves y dibujando un pajarillo con el más puro sentido didáctico.
Leonardo dedicó muchos años de su vida a escribir sus investigaciones en el Códice sobre el vuelo de las aves, que forma parte de sus notas; es un manuscrito de 18 hojas por ambas caras, detalladamente ilustrado con dibujos técnicos y explicaciones sobre el vuelo de las aves. Da Vinci realizó este Códice en dos periodos: el primero entre 1482 y 1499, y el segundo a partir de 1503 y hasta su muerte. En esta obra describe lo que para él significaba la “verdadera ciencia” o “ciencia sensible” basada en la experimentación y en la observación: “Para explicar como verdadera ciencia el movimiento de los pájaros en el aire es necesario conocer antes la ciencia de los vientos, la cual demostraremos mediante el movimiento del agua. Y esta ciencia sensible nos servirá para alcanzar el conocimiento del comportamiento de las aves en el aire”.
Leonardo pensaba que para hacer volar a un hombre tenía que construir un artefacto que imitara el vuelo de un ave e inyectara la fuerza que faltaba para que el aparato mantuviera el equilibrio. Planteó que el vuelo del ave era como una ecuación matemática y que los humanos, con nuestra inteligencia, podríamos resolver el problema de volar de la misma manera. Pero una vez que observó detalladamente las alas de las aves llegó a la conclusión de que no servirían para una máquina voladora: no serían seguras porque entre sus plumas se filtraría el aire y se desestabilizaría el aparato. Las alas del murciélago, en cambio, le parecieron las más adecuadas. Anotó que debía dividir la fuerza de las alas en cuatro puntos para que el cuerpo volador las usara a su antojo según la maniobra; a veces ésta podría estar dividida equitativamente entre las cuatro extremidades para un movimiento regular, en otras sería más conveniente que las alas se usaran en forma desigual pero continua para producir un vuelo circular. Para facilitar el libre movimiento de esta máquina debía diseñar un pequeño timón que pudiera mover y dirigir un objeto mucho más grande sin contratiempos.
Leonardo consideraba que el viento sería una herramienta que facilitaría levantar el vuelo e incluso que en alguna maniobra complicada éste ayudaría a mantener el equilibrio. Debían aprovecharse las corrientes de aire para planear porque, según observó, las aves dejaban de aletear y planeaban sobre las condensaciones de aire que se formaban en la atmósfera. En sus notas aclara, además, que no debía usarse nunca el metal —“bandas de acero”— porque se desgastaría fácilmente y las uniones quedarían muy frágiles. En cambio, recomienda piel curtida para las articulaciones del ala y ramas de cuerdas de seda para el resto de la máquina.
Da Vinci realizó varios modelos de máquinas voladoras (o “naves del aire” como él las llamaba), entre ellas:
• La máquina para batir alas, que fue uno de sus primeros acercamientos a la fuerza que ejercería un hombre para mover unas alas por medio de una palanca que multiplicaría su fuerza.
• La máquina con pedales, en la que un tripulante en posición vertical movería las alas empujándolas con la cabeza en una barra, haciendo girar dos manivelas con las manos y accionando dos pedales con el peso de su cuerpo. Según sus cálculos, el hombre podría generar una fuerza equivalente de 200 kilogramos.
• El paracaídas, constituido por bolsas de aire que debían unirse “como cuentas de un rosario”. Las bolsas formarían una especie de pirámide cuadrangular, cuya base y altura medían 7.20 metros. Se suponía que un hombre podía lanzarse con ella desde una altura de siete metros y no resultaría herido.
• El planeador, lo que él llamaba “ave gigantesca” y soñaba con lanzar desde el monte Ceceri, cerca de Florencia. Ésta es la base de lo que se conoce como ala delta.
• La máquina con pedales, en la que un tripulante en posición vertical movería las alas empujándolas con la cabeza en una barra, haciendo girar dos manivelas con las manos y accionando dos pedales con el peso de su cuerpo. Según sus cálculos, el hombre podría generar una fuerza equivalente de 200 kilogramos.
• El paracaídas, constituido por bolsas de aire que debían unirse “como cuentas de un rosario”. Las bolsas formarían una especie de pirámide cuadrangular, cuya base y altura medían 7.20 metros. Se suponía que un hombre podía lanzarse con ella desde una altura de siete metros y no resultaría herido.
• El planeador, lo que él llamaba “ave gigantesca” y soñaba con lanzar desde el monte Ceceri, cerca de Florencia. Ésta es la base de lo que se conoce como ala delta.
Claves para levantar el vuelo
Los numerosos bosquejos de máquinas voladoras y vehículos que Da Vinci diseñó y que estaban dispersos en sus notas, muestran cómo le atraían particularmente los problemas relacionados con la locomoción.
Las ideas de mecánica que retomó y desarrolló, lo que podríamos llamar su “código de mecánica”, comprendían dispositivos básicos como la rueda, la polea, el tornillo, la palanca y el engrane. Si bien fueron de uso común desde siglos antes, él experimentó con ellos y realizó cambios para mejorarlos. También los combinó de muchas formas para crear máquinas e inventos novedosos.
Estos dispositivos —también llamados máquinas simples— fueron la base para que Leonardo pudiera experimentar con distintos diseños de maquinas voladoras y reflexionara sobre la teoría científica que estaba detrás.
Él utilizaba las ruedas para emprender estudios sistemáticos de la fricción y observó la fuerza que podía inyectarle una rueda pequeña que da muchas vueltas a otra más grande que gira más lento pero con mucha mayor fuerza. Un ejemplo es el ornitóptero vertical, un mecanismo con alas que debía emular el funcionamiento de un ave.
En muchos de sus bocetos de máquinas voladoras Leonardo incluye poleas y palancas para levantar objetos pesados. Aunque él no inventó la polea, la estudió desde el punto de vista científico; se esforzaba por conocer los secretos de la conversión del movimiento y de la transmisión de la fuerza. La polea invierte la dirección de una fuerza y cuando dos o más poleas se conectan, permiten que una carga pesada se levante con menos fuerza.
Los numerosos bosquejos de máquinas voladoras y vehículos que Da Vinci diseñó y que estaban dispersos en sus notas, muestran cómo le atraían particularmente los problemas relacionados con la locomoción.
Las ideas de mecánica que retomó y desarrolló, lo que podríamos llamar su “código de mecánica”, comprendían dispositivos básicos como la rueda, la polea, el tornillo, la palanca y el engrane. Si bien fueron de uso común desde siglos antes, él experimentó con ellos y realizó cambios para mejorarlos. También los combinó de muchas formas para crear máquinas e inventos novedosos.
Estos dispositivos —también llamados máquinas simples— fueron la base para que Leonardo pudiera experimentar con distintos diseños de maquinas voladoras y reflexionara sobre la teoría científica que estaba detrás.
Él utilizaba las ruedas para emprender estudios sistemáticos de la fricción y observó la fuerza que podía inyectarle una rueda pequeña que da muchas vueltas a otra más grande que gira más lento pero con mucha mayor fuerza. Un ejemplo es el ornitóptero vertical, un mecanismo con alas que debía emular el funcionamiento de un ave.
En muchos de sus bocetos de máquinas voladoras Leonardo incluye poleas y palancas para levantar objetos pesados. Aunque él no inventó la polea, la estudió desde el punto de vista científico; se esforzaba por conocer los secretos de la conversión del movimiento y de la transmisión de la fuerza. La polea invierte la dirección de una fuerza y cuando dos o más poleas se conectan, permiten que una carga pesada se levante con menos fuerza.
Asimismo utilizó la palanca, que puede multiplicar ya sea la fuerza aplicada o bien la distancia sobre la cual se aplica la fuerza, en su experimento de ala artificial. Creyó que si la persona que la probaba empujaba la palanca hacia abajo lo más rápido posible, el ala conectada con ésta bajaría y luego se levantaría en el aire, cargando el peso aproximado de un hombre. Otro dispositivo que aparece en sus notas es el tornillo, un eje envuelto con una rosca o surco para formar una hélice. Mientras gira, un tornillo convierte un movimiento rotacional en uno que avanza o retrocede aplicando una fuerza muy grande con muy poco esfuerzo. Esta máquina, simple sin duda, formó parte de uno de los más conocidos proyectos de mecánica de Leonardo, el “helicóptero” o tornillo aéreo. En éste se utilizaba un madero con forma de tornillo a lo largo del cual se impulsaba hacia arriba un dispositivo de palas hechas de caña, paño de lino y alambre. El helicóptero se diferencia de las otras máquinas porque fue planeado para el estudio de la eficiencia de tracción de la hélice y no como una verdadera máquina de vuelo. La mención específica del tornillo consolida la presunción de que este modelo era realmente una representación del juguete del molino de viento, que era ya popular en su época.
El sueño hecho realidad
No tenemos noticias de que alguna de las máquinas voladoras de Leonardo tuviera éxito, y él nunca pudo concretar su sueño de volar. Muchas personas pensaban que la mayoría de sus máquinas, en especial las de volar, no servirían.
Con el deseo de realizar el sueño de Leonardo, en el año de 2003, en Inglaterra, Steve Roberts y Martin Kimm, famosos por reconstruir máquinas que fueron hitos en la aviación, se dieron a la tarea de construir en tres meses el planeador, utilizando los planos originales, los materiales de la época y mucha paciencia para descifrar los códigos dentro de los dibujos de Da Vinci.
El sueño hecho realidad
No tenemos noticias de que alguna de las máquinas voladoras de Leonardo tuviera éxito, y él nunca pudo concretar su sueño de volar. Muchas personas pensaban que la mayoría de sus máquinas, en especial las de volar, no servirían.
Con el deseo de realizar el sueño de Leonardo, en el año de 2003, en Inglaterra, Steve Roberts y Martin Kimm, famosos por reconstruir máquinas que fueron hitos en la aviación, se dieron a la tarea de construir en tres meses el planeador, utilizando los planos originales, los materiales de la época y mucha paciencia para descifrar los códigos dentro de los dibujos de Da Vinci.
Entre los múltiples dibujos del ala optaron, al igual que Leonardo, por usar como modelo la de un murciélago, y le agregaron una cola y un arnés para hacerla más estable. La estructura principal del ala se fabricó con álamo negro y para lo demás utilizaron caña, goma, laca y almidón, y una tela que cubría el exterior.
Una vez construido el planeador, el siguiente paso era probarlo. Si bien el modelo a escala quedó perfecto, no sabían si el planeador de tamaño real soportaría el peso del piloto. Para la seguridad del piloto el control es una parte esencial, al probarlo éste debía poderlo dirigir incluso en medio de las turbulencias. Fue por eso que los constructores agregaron un arnés. Leonardo puso en uno de sus dibujos que el arnés debía dejar libre el cuerpo de la cintura para arriba para que el piloto pudiera controlar la máquina, pero Roberts y Kimm tuvieron que invertir la posición a fin de que el piloto controlara la máquina con la cintura y las piernas, ya que no añadieron un timón.
Con esa única modificación construyeron una máquina de nueve metros de envergadura y apenas 35 kilogramos de peso. Sólo faltaba el piloto, pero nadie se atrevía a llevar adelante la empresa. Pronto encontraron a una piloto experimentada en planeadores, Judy Leden, que accedió a probar la máquina de Leonardo. Hizo 10 intentos de vuelo, de los cuales el más extenso duró 21 segundos, superó los 15 metros de altura y recorrió más de 91 metros, en una colina en el distrito de Bedfordshire, Inglaterra. Con este vuelo la piloto voló más alto y más lejos que la máquina tipo papalote de los hermanos Wright de 1900, con un peso de 23 kilogramos, la cual cubrió una distancia de 91 metros en un tiempo de 20 segundos.
¡Qué maravilla ver el vuelo de una máquina de Leonardo!, no sólo para sus contructores, también para quienes admiramos la obra de Da Vinci. Él se anticipó al vuelo 500 años y sus ideas ¡funcionan! Si se lograra descifrar todos los códigos en sus cuadernos de notas y con una nueva interpretación científica (y no de la historia del arte) de sus hallazgos, tal vez este genio del Renacimiento tendría mucho más que revelarnos.
Si Leonardo viviera en nuestros días le causaría un gran impacto ver que el hombre no sólo ha logrado levantar el vuelo y mantenerlo a miles de metros del suelo, sino que podemos viajar por el espacio a miles de kilómetros de nuestro planeta.
Una vez construido el planeador, el siguiente paso era probarlo. Si bien el modelo a escala quedó perfecto, no sabían si el planeador de tamaño real soportaría el peso del piloto. Para la seguridad del piloto el control es una parte esencial, al probarlo éste debía poderlo dirigir incluso en medio de las turbulencias. Fue por eso que los constructores agregaron un arnés. Leonardo puso en uno de sus dibujos que el arnés debía dejar libre el cuerpo de la cintura para arriba para que el piloto pudiera controlar la máquina, pero Roberts y Kimm tuvieron que invertir la posición a fin de que el piloto controlara la máquina con la cintura y las piernas, ya que no añadieron un timón.
Con esa única modificación construyeron una máquina de nueve metros de envergadura y apenas 35 kilogramos de peso. Sólo faltaba el piloto, pero nadie se atrevía a llevar adelante la empresa. Pronto encontraron a una piloto experimentada en planeadores, Judy Leden, que accedió a probar la máquina de Leonardo. Hizo 10 intentos de vuelo, de los cuales el más extenso duró 21 segundos, superó los 15 metros de altura y recorrió más de 91 metros, en una colina en el distrito de Bedfordshire, Inglaterra. Con este vuelo la piloto voló más alto y más lejos que la máquina tipo papalote de los hermanos Wright de 1900, con un peso de 23 kilogramos, la cual cubrió una distancia de 91 metros en un tiempo de 20 segundos.
¡Qué maravilla ver el vuelo de una máquina de Leonardo!, no sólo para sus contructores, también para quienes admiramos la obra de Da Vinci. Él se anticipó al vuelo 500 años y sus ideas ¡funcionan! Si se lograra descifrar todos los códigos en sus cuadernos de notas y con una nueva interpretación científica (y no de la historia del arte) de sus hallazgos, tal vez este genio del Renacimiento tendría mucho más que revelarnos.
Si Leonardo viviera en nuestros días le causaría un gran impacto ver que el hombre no sólo ha logrado levantar el vuelo y mantenerlo a miles de metros del suelo, sino que podemos viajar por el espacio a miles de kilómetros de nuestro planeta.
Autoras:
Atenayhs Castro estudió Comunicación Gráfica en la ENAP/UNAM, es egresada del Diplomado en Divulgación de la Ciencia de la DGDC y es la diseñadora de ¿Cómo ves?
Adriana Elisa Espinosa estudió la carrera Ingeniería en Computación en la UNAM/ENEP Aragón, es egresada del Diplomado en Divulgación de la Ciencia de la DGDC y ha colaborado en ¿Cómo ves?.
Fuente Original: Leonardo da Vinci: La obsesión por volar. Atenayhs Castro y Adriana Elisa Espinosa. Revista ¿Cómo ves? Sección: Así Fue. Dirección General de Divulgación de la Ciencia, Universidad Nacional Autónoma de México, México D.F. Año 7 No. 74, Enero de 2005, 26-29pp.
Este artículo apareció por primera vez en la revista de divulgación de la ciencia "¿Cómo ves?" en Enero de 2005.
Fuente Original: Leonardo da Vinci: La obsesión por volar. Atenayhs Castro y Adriana Elisa Espinosa. Revista ¿Cómo ves? Sección: Así Fue. Dirección General de Divulgación de la Ciencia, Universidad Nacional Autónoma de México, México D.F. Año 7 No. 74, Enero de 2005, 26-29pp.
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